Labores Agrícolas – 3/3 - El Maíz



Labores Agrícolas – 3/3 - El Maíz

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Labores Agrícolas – 3/3 - El Maíz


Hórreos en las Cantigas a Santa María de Alfonso X el Sabio 

El maíz ha jugado un papel fundamental en la agricultura tradicional gallega durante casi 300 años. Desde el siglo XVII se cultiva en Galicia esta planta traída de América, que supuso una considerable mejora en el rendimiento de la tierra, abandonando el anterior cultivo del mijo, del que heredó incluso el nombre, pasando éste a denominarse “millo miudo” o incluso “mainzo”.
Hórreo tradicional en nuestra parroquia

No se puede desligar el cultivo del maíz de otro elemento singular de la arquitectura gallega como es el hórreo. Su existencia es muy anterior al cultivo del maíz, ya que hay referencia gráfica de su existencia en las Cantigas a Santa María de Alfonso X el Sabio, en el s. XIII. A través de escrituras notariales se detecta un incremento considerable de su existencia a partir de los S. XVII y XVIII, donde figura ya como un elemento diferenciado en las transmisiones de casas recogidas en dichas escrituras, lo que permite deducir que la popularización del cultivo del maíz llevó aparejada la construcción más generalizada de hórreos a partir de esas fechas. Sobre su origen no hay unanimidad. Algunos lo sitúan en la época prerromana como una aportación de los celtas. Otros lo consideran introducido por de los suevos. En cualquier caso es un elemento característico de la arquitectura rural gallega y, sin lugar a dudas, su generalización vino motivada por la implantación del cultivo del maíz.
Hórreo tradicional de tres cuerpos

Aunque en algunas zonas aparecen símbolos celtas esculpidos en las piedras de los hórreos, los adornos que se pueden ver en los construidos en nuestra parroquia, que son de forma rectangular, se limitan a una cruz en un extremo y un pináculo terminado en bola en el otro, rematando la cúspide del tejado en ambos extremos. Aunque su función aparente sea simplemente ornamental, la repetición de los mismos en la mayoría de los existentes, hace pensar que el subconsciente colectivo les atribuyera una función protectora divina que debía respetarse. En una sociedad que ha mantenido las tradiciones mágicas durante siglos, no puede extrañar que dos mil años más tarde todavía pervivieran las creencias que se manifiestan en la representación dichos símbolos. Pervive la tradición pagana representada por el símbolo fálico del pináculo rematado en una bola como indicativo de la fecundidad de la tierra, unido a la cruz cristiana, como invocación de la protección divina de las cosechas.

Entro ya en el relato del cultivo del maíz tal como yo lo recuerdo. Se comenzaba el proceso con la preparación del campo, libre ya de su fruto anterior, dentro del ciclo rotativo de cultivos para mejorar el rendimiento de la tierra. Se araba el terreno y se pasaba la grada arrancando las raíces y restos del anterior cultivo, quedando listo para la nueva siembra. En abril se sembraba el maíz o las patatas en el mismo terreno que había producido los nabos en el ciclo anterior.
Planta del maíz ya desarrollado en una plantación

Para la siembra del maíz se araba la tierra con surcos anchos. La siembra se hacía a mano dejando caer los granos en ese surco abierto, cubriéndolos luego con otro surco más superficial y estrecho llamado "soma". Un par de semanas más tarde se rastrillaba el terreno para igualar la superficie y esponjar la tierra, que se había endurecido, y conseguir que los granos quedaran bien cubiertos.

Hay que recordar que normalmente se aprovechaba la amplitud entre los surcos de maíz para sembrar alubias pintas, que luego crecían apoyadas en las ramas del maíz, y también calabazas o "colombros". Éstos últimos se usaban para hacer los chorizos de cebolla, y para alimento de los cerdos cocidos con otros vegetales.

Cuando brotaba y alcanzaba la rama una altura de unos 10 ó 15 cms, allá para San Antonio, en junio, se sachaba para alisar y rebajar el surco, se quitaban las malas hierbas y se esponjaba la tierra. Esta operación de sachar el maíz se aprovechaba para rarear y trasplantar, es decir, se arrancaban algunas plantas que habían nacido demasiado juntas, trasplantando algunas a los lugares donde tal vez no había nacido ninguna. Las que se arrancaban para rarear o dejar solo las necesarias donde habían crecido varias, se usaban como alimento de las vacas. En julio se volvían a cavar superficialmente para quitar las malas hiervas y rejuntar la tierra sobre el pie de la planta, lo que se llamaba “achegar ou rendar”. En agosto, con la espiga ya bien formada, se cortaban los pendones con la mano, por el nudo que hay encima de la espiga, operación que se llamaba "escrouchar". Era también el momento de cortar las plantas sin espiga, que se usaban como forraje para alimento de las vacas. También por este tiempo se ponía algún espantapájaros.

Seguía la plantación su crecimiento hasta que finalmente secaba la planta, llegando el momento de la recolección que ocurría hacia septiembre, para San Miguel. Se cortaban los tallos por la base con la hoz y se llevaban a la casa en el carro. Se descargaba en el cobertizo y de forma más o menos inmediata se "escrouchaba", que era separar la mazorca de la rama. Con la rama se hacían “feixes” o atados y se almacenaban en el pajar para alimento de las vacas en invierno.

A Esfolla

La "esfolla" es la labor de quitarle las hojas a la mazorca. Podía hacerse a nivel individual, aunque era común hacerlo con ayuda de vecinos, en una de esas labores comunitarias de la vida en el pueblo en que todos se ayudaban entre sí, hoy aquí, mañana en otra casa y así hasta terminar todos. Se hacía por las noches, en menguante, sin prisa, y disfrutando del momento a lo largo del mes de octubre. En este caso se llevaban las mazorcas a un lugar cubierto, donde acudían las mujeres, para, en grupo, hacerlo más rápido y entretenido. A medida que se llenaba un cesto, los hombres lo iban llevando al hórreo. Cuando se hacía en grupo, se acostumbraba a hacerlo de noche, a la luz del candil, para después de terminado el trabajo aprovechar la ocasión para hacer una fiesta o "foliada" con pandereta, cantos y baile, donde acudían los mozos a visitar a sus novias o pretendidas. Eran estas ocasiones muy adecuadas para los mozos cortejar a las mozas. En este ambiente alegre y despreocupado era también un momento de gran alegría y bullicio cuando alguien encontraba la mazorca reina, que era una mazorca con los granos más oscuros, fenómeno que ocurre muy raramente.
Mazorcas de maiz ya desarrolladas

Del maíz, como de todos los productos del campo, se utilizaba la planta en su totalidad. Ya hemos dicho que los tallos eran para alimento de las vacas. Las espigas dañadas o partidas se usaban para alimentar a las gallinas o los cerdos. Las hojas se usaban para cubrir las cuadras de los animales y por consiguiente acababan como abono. Las hojas más tiernas y blancas de la mazorca, que estaban en el interior, eran usadas para hacer jergones. Estas hojas había que renovarlas cada año, ya que del uso diario de la cama se aplastaban, rompían, y perdían su efecto mullido. Incluso las barbas del maíz se usaban en un cocimiento para combatir las infecciones de orina.

El maíz se conserva en el hórreo todo el año, hasta el momento de la molienda. Para moler era conveniente que estuviera bien seco. Si estaba húmero se ponía a secar al sol o al calor del horno del pan después de cocer, cuando ya el calor residual no era muy fuerte. Luego se desgranaba o "debullábase" con las manos y la ayuda de otro "carozo", que es el cuerpo interior de la mazorca que sujeta los granos. Estos "carozos" secos son excelentes para encender el fuego y para hacer brasa para asar sardinas a la parrilla.
Mazorca de maiz ya seco para recolectar

Los granos de maíz se llevaban al molino para moler, usándose la harina para hacer pan de maíz, llamado "boroa", que llaman bica en nuestra aldea, para el pan de bola mezclado con centeno, para las papas, la empanada, los bolos de pote y otros.

Los bolos de pote se hacían con harina de maíz y un poco de agua del caldo. Se amasaba, se formaba una bola como un panecillo y se echaba en el caldo a cocer una media hora. Se retiraba y se colocaba sobre la plancha de la cocina económica encendida para secar y que adquiriera una corteza crujiente. También se ponía en la lareira apoyado en dos troncos delante del fuego, para que al calor también los secara y se pusiera crujiente. Luego se comían con mantequilla de vaca y estaban muy ricos.

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